Mujeres viajeras

Hoy, día de la mujer queremos hacer nuestro particular homenaje a mujeres viajeras que decidieron recorrer mundo cuando no era habitual ni frecuente y mucho menos lo hacían las mujeres. Mujeres valientes, arrojadas y a las que no se les ponía nada por delante en épocas en las que la vida no era fácil para nadie y menos para la mujer.

Todas estas mujeres viajeras que hoy os traemos tienen en común dos características: son valientes y curiosas. Tenían una curiosidad por conocer mundo, un ansia casi inagotable por salir de las paredes en las que se encontraban en muchos casos encerradas y, en definitiva, una forma de ser poco convencional. Además, había que ser valiente para, en muchos casos, dejarlo todo en pos de aventuras y de nuevas experiencias en ocasiones llenas de peligros.

Mujeres viajeras, desierto

Mujeres viajeras: aventureras, curiosas y guerreras

Egeria, siglo IV. Una gran viajera de la Hispania romana

Se piensa normalmente que el primer libro de viajes fue «El libro de las Maravillas» de Marco Polo. Pero no es así. De hecho, fue una viajera de la antigua Hispania, Egeria (también conocida por otros nombres), quien fue dejando testimonio en un manuscrito de su increíble recorrido por tierras del Imperio Romano. Dicho texto está escrito en un latín vulgar propio de la época que también aporta un gran valor filológico.

¿Os imagináis el recorrido que hizo aprovechando las circunstancias de la Pax Romana? Pue fue desde sus tierras del Bierzo, pasando por la Galia hasta los Santos Lugares y más allá a la península del Sinaí. Sin duda un enorme recorrido para una mujer de hace casi dos mil años. Por cierto, era una devota cristiana y llevó consigo una biblia para ir contrastando la realidad bíblica de los lugares que visitaba. ¡Ahí es nada!.

Princesa Kristina, una noruega en Covarrubias

Nos trasladamos hasta la Edad Media, a tierras noruegas, para conocer a Kristina, la princesa noruega que fue enterrada en Covarrubias y de la que hoy podemos ver una estatua en los alrededores de la Colegiata en la que descansa.

No fue viajera por gusto o aventura, sino por obligación ya que fue desposada siendo una niña y según se hacía entonces por acuerdo entre reyes. Ella era hija del rey Hakon IV de Noruega y su matrimonio se concertó con el aspirante al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, el infante Felipe de Castilla, hermano de Alfonso X El Sabio.

En el verano de 1257 emprendió camino desde tierras noruegas hasta Castilla, venciendo a las circunstancias adversas (incluidos piratas y enfermedad). En tierras sorianas contrajo una enfermedad de la que nunca llegó a recuperarse y, tras desposarse en 1258 y vivir en Sevilla después de la boda, murió en 1262 se dice que por melancolía de su tierra. Está enterrada en Covarrubias, provincia de Burgos, porque su marido había sido abad de la Colegiata antes de casarse con ella. Y allí sigue descansando 700 años más tarde.

Isabel Barreto, una almirante gallega del siglo XVI

Esta mujer singular, como todas las del listado, nació en Pontevedra y marchó a Perú siendo niña, donde conoció a su marido, Álvaro de Mendaña. Allí volvió a embarcarse con su esposo en una expedición por el océano Pacífico, algo poco habitual pero que no asustó a Isabel. De hecho, tras el descubrimiento de las Islas Marquesas, su esposo enfermó dejándola a ella como gobernadora y al hermano almirante.

Sin embargo, tras sucumbir a la enfermedad su hermano, ella fue designada almirante, título que ostentó con diligencia y valentía. Así llegó hasta las islas Filipinas, pasando antes por las Salomón y se supone que volvió a Perú en largo viaje, para morir allí, aunque hay escritos que hablan de su regreso a España. Sea como sea, Isabel Barreto fue sin duda una mujer singular y muy, muy valiente en un mundo de hombres.

Catalina de Erauso, la Monja Alférez

Si Isabel fue mujer en mundo de hombres, Catalina lo fue también, aunque para conseguir lo que quería tuvo que travestirse. Desde muy niña vivió en un convento dominico de su tierra, San Sebastián, pero lo suyo no era la vida monacal y a los 15 años escapó vestida de hombre y empezaron sus andanzas. Sin duda es uno de los personajes más singulares del Siglo de Oro y ella misma narró en su autobiografía esas aventuras.

Las que corrió en España antes de marchar a América son propias de una novela picaresca: paje real, huída de su padre, paso por la cárcel etc. Después marchó a Nuevo Mundo y allí estuvo en Venezuela, Panamá, Perú, Chile y fue allí donde se puso al servicio del ejército para ganarse la vida. Y allí adquirió la graduación de alférez, siempre en papel masculino. Más tarde regresaría a España, ya descubierto su género y fue recibida por el rey Felipe IV y mantenida en el título que ostentaba.

Tras pasar por Italia y ser recibida por el papa, volvió a América donde murió, esta vez en tierras mexicanas. ¡Menudo personaje era esta Catalina! Por cierto, las máximas autoridades le permitieron seguir vistiendo de hombre, así que su valía debía ser excepcional, para tomar con ella esas excepcionales medidas.

Mary Kingsley y su daguerrotipo por tierras de África

¿Os imagináis a una señorita inglesa de época victoriana con su daguerrotipo y su bolsa de té por tierras africanas? Pues esa fue Mary Kingsley. También hay que decir que apuntaba maneras, porque su padre fue un médico que prescribía terapias viajeras y recorría mundo con sus pacientes. ¿Cómo no iba a ser valiente su hija?

De hecho, ante la escasa formación recibida por ser mujer, decidió conocer mundo y se embarcó hacia África conociendo el continente de la mano de nativos y dejando testimonio de costumbres, fauna y flora, en una obra realmente interesante. Sus «Viajes por África Occidental» han sido fuente de inspiración viajera y de admiración para muchas generaciones de mujeres deseosas de viajar.

Florence Nightingale, pionera de la enfermería en la Guerra de Crimea

Florence tampoco fue viajera «por gusto» aunque sí por propia voluntad y vocación. Nació en Florencia, de ahí su nombre, en el seno de una familia acomodada inglesa que no vio demasiado bien que se formara como enfermera. Primero viajó por placer y recorrió Italia, Egipto y Grecia y conoció de primera mano distintas clínicas de tratamiento de enfermos marginales en Alemania. Así pues, cuando estalló la cruenta Guerra de Crimea en el año 1853, no dudó en reclutar a un buen número de enfermeras y marchar con ellas a la zona de guerra, en un penoso recorrido.

Tras su experiencia en la guerra, se dio cuenta de que la falta de higiene incrementaba el número de fallecimientos y así, ideó protocolos de higiene en los hospitales, reconociendo la asepsia como algo fundamental. Tuvo también una gran importancia a la hora de crear la Cruz Roja inglesa. Sin duda una mujer viajera y muy valiente.

Mujeres viajeras, Agatha Christie

Agatha Christie, el misterio de la mano de la aventura

Todos conocemos a Agatha Christie y muchos hemos leído alguno de sus libros. ¿A qué os suenan «Muerte en el Nilo», «Asesinato en el Orient- Express» o «Muerte en Mesopotamia»? Sí, está claro al leerlos que doña Agatha conocía esos lugares de primera mano.

Y es que ya de niña viajó con su madre por Egipto y más tarde con su primer esposo, el señor Christie, llegó hasta Nueva Zelanda y Hawai y fue de las primeras personas en practicar surf. A su segundo marido lo conoció en una excavación arqueológica en Ur, antigua Caldea, y como era arqueólogo participó en multitud de excavaciones en Siria e Iraq en las que además se documentaba para sus novelas ambientadas en Oriente.

Sin duda, la gran dama del misterio, también fue una gran viajera durante gran parte de su intensa vida y disfrutó del viaje sin prisa y casi sin fecha de regreso, ese tipo de viaje que nos parece tan lejano.

Cualquiera de nosotras, ¿por qué no? Al revisar las vidas de estas mujeres maravillosas una se siente en clara desventaja. ¡Cómo viajaron y qué vidas tuvieron! Ahora todo es más fácil a la hora de viajar y quedan lejos los tiempos de descubrimientos y aventuras vírgenes. Sin embargo, lo que no debemos perder y más en este momento atípico, es la ilusión y las ganas, la curiosidad y el entusiasmo. El mundo es grande y ahí está, dispuesto a que lo conozcamos y sepamos disfrutarlo.

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